"Surcos bi-cíclicos para la celebración del paisaje" es una elaboración sobre una grabación en movimiento efectuada durante el recorrido en bicicleta de un trayecto que realizo cotidianamente atravesando un parque de la Ciudad de la Plata.

Un desplazamiento, una manera de moverse. Medio de traslado entre los distintos puntos entre los que tiene lugar lo cotidiano y nuestras obsesiones. La insistencia de sus giros, necesaria mutabilidad que ponen de manifiesto sus ciclos. Círculos que giran, giran, y seguirán girando, como un disco rayado que en su repetición hace saltar la verdad de su simulación con la emergencia de lo inaudito, lo inesperado del fallido. En aparente coordinación se dirigen hacia el destino fijado pero los círculos se hallan des centrados. Para poder andar hay que situarse entre ellos justo en el punto donde sus giros se tornan contrarios y paradójicos. En ese punto, lo que en uno sube en el otro baja, lo que en uno avanza en el otro retrocede, ahí ciclo y anti-ciclo tienen lugar en el mismo tiempo y en el mismo espacio.
Habitar: Ir de un sitio a otro, desplazarse entre ellos, tejer caminos, hacer lugar al espacio. Transitar insistentemente , girar habitualmente. Giro de dos ciclos opuestos y simultáneos – cicletas bi-céntricas que hacen una elipse- configuran en su el recorrido entre lo oído y lo inaudito el lugar que se concreta en la escucha. Ciclos que, insistentes, van de lo sagrado a lo profano.
Paisaje sonoro actualizado cada vez . No es representación para la conciencia. Se trata de sembrar paisaje. Itinerario de un surco hecho en bicicleta en el que puede- si Dios y el Diablo lo quieren- germinar el paisaje en la escucha.
Grabar es instalar la negatividad que se abre con el surco. Marcas que, escuchadas, tejen los caminos. Textos de nuestros jardines cotidianos.
Lo que gira; obturación sonora que, acusmática, como todo lo sonoro, en su ocultar muestra lo que no puede oírse pero sí escucharse y lo que siendo inaudito no puede escucharse sino por la mediación del paisaje oído que se ofrece como telón o pantalla, siendo a la vez puerta para el pasaje. Lo inaudito presiona y trabaja desde ese lugar siempre otro.
El fruto cae. Siempre es necesario su sacrificio. No es otra cosa que paisaje madurado en el suelo anónimo de un saber. Encuentros y desgarros, violencia y esperanza, sedimentados como un saber profundo de pueblo siempre en ebullición gestando su domicilio. Ese fruto, paisaje que brota en el surco hecho en bicicleta, solo puede madurar en la instalación del ciclo contradictorio donde apenas cabe esperar su momento. Creación de un otro tiempo en el que no valen lo in-mediato, lo hiper ni el espectáculo. Tiempo que abre el tiempo de la inmediatez para afirmar un tiempo de espera para el acierto. Trayecto de bicicleta que abre lugar en la conmoción alienante del tejido ciudadano para instalar un espacio habitable. Voces de ruedas y engranajes a pedal atravesando un parque como alternativa a espectáculo tecnológico donde solo cabe encandilarse con las luces del artefacto que en su deslumbrante omnipresencia cierra toda brecha donde poder escuchar. Solo pedales y ruedas chirriantes, campanas y fuentes para abrir un tiempo y un espacio en el que quepa un poético acto de escucha donde pueda, si se acepta la invitación, madurar el paisaje común.
Se invita a la tensión a asumir la tensión que nos constituye. Un paseo en bicicleta que se ofrece como el trazo en el que alguien puede leer el acontecimiento de la vigencia de su propio itinerario singular y común a la vez. Itinerario que en la singularidad de su ser circunstancial concreta lo común de un estar con los otros. Estar siempre frente a la indigencia amparados por un saber comunitario, cuyo rodeo, una y otra vez, teje el paisaje en el que tienen lugar lo escuchado y nosotros escuchando.